PINTAR LA VIDA
Describir el camino que lleva a crear equivaldría a hablar de lo vivencial y de esas invisibles ataduras reales que nos mantienen al filo del polvo de los días entre los trazos de imágenes que así como dan vida también nos recuerdan la muerte cotidiana. Recrea la sonrisa de nuestras hijas e hijos la atmósfera gris de pueblos tristes, mirar a los pobres sin pescados y sin multiplicaciones de pan, mujeres con remolinos en sus cabelleras como paisajes rulfianos la obsesión de trascender al olvido por medio del color, perros hirientes y amargos que desvelan a la luna, las interminables luchas del pueblo, lo trágico y creativo de la pobreza, el paisaje infinito de lo que se ha vivido... somnoliento de exuberancia y sensualidad. Pintar la vida que se esta viviendo en toda su dimensión con miedo y congruencia ante lo tremendo de estar vivo, trazos sencillos que emergen convirtiéndose en magueyes o en mazorcas de maíz señalando que la realidad va mas allá que la imaginación. Una peregrinación por los caminos internos de la nostalgia de un pasado indígena que observa en silencio a la nueva civilización de las grandes urbes, colores con aroma a mezcal, de contrastes vivos y desvelados en donde las formas nos reivindican con el compromiso de estar vivos humanizándonos. El oficio de pintar la vida antes que todo una necesidad de manifestar el hecho profundo de existir con la milagrosa posibilidad de trascender el tiempo gracias a el acto de crear por medio de colores, por lo que la pintura de nuestro Demetrio es un asunto de todos los días.